Mi abuela era una indígena totonaca. Ella decía que a la vida se viene a seguir al corazón, y que en eso consiste el viaje de la vida. Decía, que ella era un “Nahual” y que por la noche se convertía en un coyote. Los coyotes son el animal sagrado de mis ancestros totonacas, porque se cree que tienen siempre abierto el tercer ojo, el ojo de la sabiduría. Decía que el corazón es el trabajo de cada una y de cada uno, por eso siempre hay que seguirlo. Mi madre, por su parte, tenía su propia versión, ella decía que al corazón no lo sigues, lo escuchas lo haces tu amigo y que los nahuales no existen, pero la sabiduría si, y esa, se cultiva.

Yo pensé que las enseñanzas de mi abuela y de mi madre eran suficientes para seguir mi propio camino, lejos de ellas, lejos de lo que fui. Pero estaba equivocada, Hoy sé que se necesita más que escuchar al corazón. Se necesita valor para morir lo que te dijeron que eras y para ser lo que realmente eres y la sabiduría viene con el aprendizaje de todo lo superado.

Yo como mi abuela creo en el coyote sagrado (el corazón), en el tercer ojo (La sabiduría) y los nahuales (La transformación). Cada día me convierto en una mujer más y más fuerte, más sensata, más culta, más espiritual, más noble, más compartida, más sabia. Eso lo descubrí aquí, en Tirol, en Austria, del otro lado del atlántico CUANDO ME FUI DE CASA.